Elías Lucero: del dolor y la tentativa de suicidio al Ironman de Mar del Plata


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*Dice la física que los metales suelen usarse en aleación con otro metal. Elías Lucero, sin ser un especialista en la materia, puede dar cuenta de ello. La vida entera de este paratriatleta de 43 años está forjada en hierro. En 2001, sufrió un accidente que le quitó la motricidad, pero no pudo vencer su pasión por correr; ahora, valiéndose de sus fornidos brazos. En pocos días intentará completar el Ironman en Mar del Plata. Para ello, fundirá su cuerpo en otros metales: una silla y una bici que consiguió con su esfuerzo. Con ellas recorrerá las calles de la ciudad en la que caminó por última vez.

Elías trabaja en el área de sistemas de la Armada Argentina. Todos los días maneja más de 30 kilómetros para ir de su casa al trabajo, y otros tantos para entrenar en el circuito KDT, de Buenos Aires. Su preparación comenzó en marzo, y es de lunes a lunes. Intenta dormir ocho horas por día, aunque el sueño es lo primero que sacrifica. Y no es lo único: “Si tenés una salida con amigos vas con el tupper con ensalada y pollo, mientras ellos comen asado. Y eso que tengo amigos de muy buen comer”. Su objetivo es completar en poco más de 16 horas la prueba más exigente del triatlón, el 3 de diciembre próximo. El años pasado ganó el medio Ironman local en la categoría TRI 1.

“Desde chico fui entrenando de a poco, me fui metiendo en competencias y me incliné más por las individuales que las grupales, aunque jugué al rugby y al fútbol. Hice natación desde chiquito, mi papá me enseñó a nadar en el río Luján. También hacia ciclismo y atletismo, y luego decidí unir los tres deportes. Antes de mi accidente ya hacía triatlón y siempre tuve la aspiración de poder correr un Ironman”, se presenta Elías en una pequeña oficina contigua a su escritorio.

Detras de las motivaciones, el barco de Elías Lucero

Habla con calma, en tono bajo, como si en todos los roles de su vida empleara la misma concentración que en las competencias. La misma paciencia que también se impone para estudiar el profesorado de educación física: “En algún momento quiero ser entrenador de alto rendimiento”, confesó.

“Soy una persona ansiosa, es mi primer Ironman y hay un miedo por lo desconocido”, reconoce. “Por eso, la idea es que mi mente no divague durante el entrenamiento. No pensar en cuanto tiempo me falta sino focalizar en el objetivo”, agrega. El equipo que integran su entrenador Hugo Bressani y la nutricionista Laura Balestra se complementa con la psicóloga, Cecilia Vallona, que le indica ejercicios de meditación y relajación. Ese aspecto cobra importancia a la hora de regular los esfuerzos. O como explica Elías, “tengo que mantener el ritmo durante siete u ocho horas; el cuerpo lo adaptás de tal manera para que sea un motor gasolero, de larga duración, y en mi caso todavía más, porque comprometo los grupos musculares más chicos del cuerpo, todo mi esfuerzo está en los brazos”. 

Si de motivación se trata, Elías tiene dos grandes razones solidarias para llegar más lejos. Una será en beneficio de la fundación Power Chair. Desde la web, aquel que quiera colaborar puede apostar cuantos minutos del tiempo que calcula el triatleta terminar la competencia (16:30 horas) termina bajando. Cada minuto es cotizado por el donante.

Elías Lucero: Renacer entre los hierros

El accidente fue en Mar del Plata, el 23 de febrero de 2001. Por entonces, Elías trabajaba en la Base Naval, como buzo táctico de la Armada, más específicamente. También era guardavidas en un balneario, donde además vivía, mientras terminaba de pagar su casa. “Salía del balneario e iba a la base cuando me di cuenta que me había olvidado una camisa, ahí pegué la vuelta”. El lugar exacto es el kilómetro 24 de la ruta que va a Chapadmalal, a media hora de lo que será el punto de inicio del Ironman 2017.

“Un tipo que venía en una camioneta me ve aparecer con mi moto detrás de una lomada. Yo iba a 210 km/h. El estaba doblando y, en lugar de seguir, vuelve al carril y me lo llevo puesto de una”, recuerda. Su voz será menos audible a partir de ahora, y sus palabras se darán más tiempo entre ellas.  

Elías frenó más con la rueda de adelante que la de atrás. “La moto se clava, yo vuelo y con la espalda rompo cúpula y caja de una Ford Ranchera”, recuerda. Su cuerpo quedó inmóvil e inconsciente entre los hierros de la camioneta. “El casco es lo que me salvó la vida. Mi vieja lo guardó, pero parecía papel de diario”, bromea. Lo despertaron los insultos del chofer de la camioneta, un hombre de 60 años, también guardavidas. Él fue quien volvió a insuflarle oxígeno al cuerpo maltrecho del triatleta, al cortarle el zuncho del casco que le asfixiaba. Elías tenía un brazo colgando y no podía reincorporarse. La desesperación se apoderó de él, sobre todo, cuando advirtió que no sentía las piernas. 

Elías Lucero y las 12 horas más dolorosas de su vida

La primera cara conocida fue un compañero del balneario que intentó calmarlo, aunque él se dio cuenta de todo: “Ahí entendí que me rompí la columna”, se frena en el relato, sabiendo cual será la pregunta que se imponte. Al ser consultado sobre si dudó en seguir vivo en ese momento, responde: “Ya te voy a contar sobre eso”. 

Los bomberos lograron sacarlo tras cortar los fierros de la camioneta. Su cuerpo volvió a quedar inconsciente por los medicamentos. “Me contaron que me quería arrancar todo”. Despertó en una camilla del hospital regional de Mar del Plata, donde pasó 72 horas postrado antes del traslado al Hospital Naval de Buenos Aires. “Las primeras, fueron las 12 horas más dolorosas de mi vida y cinco días de terapia intensiva donde la menor caricia me producía el peor dolor imaginable”, cuenta.

El fuego es capaz de doblegar al acero

Elías recibió el alta el 19 de diciembre de 2001. Esa noche explotó Argentina. 

El 20 de diciembre y los días subsiguientes, mientras el país se debatía entre piedrazos y bombas molotov, el corralito financiero doblegaba a la clase media y los presidentes se pasaban un bastón hirviendo, él se topó con una realidad mucho más cruda: la personal. 

“No tenía nada adaptado en mi casa y pensé que hubiese preferido pasar al otro lado. Lo quise hacer, pero el barba no quiso”, recuerda señalando para arriba. Fue su hermano el que lo sacó del hospital y lo llevó a su casa de José C. Paz. Luego entendió que Elías quería quedarse a solas. Pasó tres días mirando al techo acostado en su cama. No quería comer. Sus amigos y la familia lo visitaban y le daban fuerza, “pero igual, esa cosa te queda rondando en tu cabeza”, se ablanda, “que no haya salido la munición de la pistola me hizo considerar de nuevo la vida”. A los dos meses de dejar el hospital, Elías intentó suicidarse, pero no lo logró.

Manejar su camioneta fue la zanahoria que se puso delante. Adaptó la caja de cambios y se reconoció como una persona con discapacidad. “Hoy por hoy mi auto son mis gambas”, señala. Pasó tres años sin competir. El mismo tiempo en que las heridas tardaron en cicatrizar. En cuanto lo habilitaron, se tiró a la pileta. Allí conoció a Valeria Garibotto, entrenadora de la selección paralímpica. Con ella, ganó tres medallas de bronce sudamericanas y dejó la pileta para pasar a las aguas abiertas, donde también cosechó éxitos.

“El Ironman no es una locura. Es un desafío más”, me corrige. “Tenés que estar bien de la cabeza y del corazón para sentirlo, porque se lleva el cuerpo al límite y si alguien lo pudo hacer, el desafío de ser parte de esos pocos es algo lindo. Me tengo fe para terminarlo”, se envalentona. Y, a pesar de que apenas levanta la voz, se hace fácil creerle.


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